Mi experiencia con la escalada

Empiezo igual que te contaba en otro post.

La búsqueda de un pre-adolescente por ver cuál era el gimnasio que más cerca pillaba de casa, terminó por adentrarme en el estadio de La Peineta. Lo que es hoy el Metropolitano.

Donde juega el Atleti.

 Entré en un túnel oscuro y frío para preguntar por el gimnasio y de repente… se me iluminaron los ojos, cuando al entrar vi a unos chicos subiendo una pared.

Estaban dando clases de escalada en un muro muy cutre. Como todo en esa época, no como ahora, que hay lo último de lo último en todo.

Era cutre, pero con suficiente altura como para hacer alguna vía de 7-8 metros. 

Me quedé casi toda la hora viendo cómo se hinchaban a hacer dominadas y a trepar de forma espectacular. 

Eso me dio que pensar, porque físicamente esos chicos eran similares a mí. Aparte, yo manejaba bien el peso de mi cuerpo. Igual se me podría dar bien. 

Total.

Me quedé media hora mirando, fui a preguntar para apuntarme al gimnasio y volví a mi casa.

Al día siguiente ¿qué pasó?

Pues que mis amigos me llamaron para jugar al futbol y ahí terminó mi primera experiencia.

Por el momento… fue mi primera experiencia, no la única.

Mi eterno dogma. El no tener a nadie que me acompañase a probar nuevas experiencias.

Luego ya, como casi todo lo que he hecho en mi vida, casi 20 años después, unos compañeros del trabajo que salían a escalar mucho me animaron a probar un día. 

Entre que me pilló una época en la que estaba ya bastante en forma y que uno de mis compis era un tirillas y el otro me sacaba 15 años, mi ego me empujó a probarlo.

Recuerdo el día como si fuese ayer… la ilusión de ir a comprarme unos pies de gato, los preparativos la noche de antes, que es lo que más me flipa. 

Me flipa la ilusión con la que preparo todo, la mochila y todos los trastos necesarios. Me creo que soy Rambo y voy a tener que sobrevivir varios días sin comida ni bebida.

El caso es que nos pusimos rumbo a Patones y al llegar, mi amigo Alex, el más pureta, me dijo…

Vamos a parar aquí a por unas barritas de proteínas. Uff eso me molaba mucho… Estos tíos se lo toman en serio.

Paramos en una panadería que tenían unos torreznos recién hechos que engordaban solo con el olor. 

Ahí entendí todo.

Vamos a echar un rato en la naturaleza y a disfrutar de la compañía y del deporte.

Bueno y de las barritas de proteínas. 

Eso lo que más.

Total que después de equiparnos con arnés, gatos, cuerdas, cintas express, etc, mis compis equiparon la vía y me tocaba a mí.

Dios, con el pelotazo de adrenalina me pensaba que era Iker Pou. No les podía defraudar. Yo estaba más cachas que ellos y eso había que demostrarlo.

Empecé a subir cual orangután sin piernas. Me hice la vía entera solo de brazos. Ahí, que se notase que estaba fuerte. 

Lo raro era que mis colegas se estaban descojonando. Yo lo estaba dando todo y joder… sentía que era una máquina de escalar. Ese deporte estaba hecho para mí.

Al bajar yo ya estaba con los antebrazos y los bíceps como rocas y no podía casi cerrar las manos. Cuando me dijeron…

Muy bien, te has hecho el primer 5º de calentamiento sin usar los pies. Estás fuerte. Ahora, has hecho de todo menos escalar. 

Esto entre risas.

Yo que creía que era una máquina, se me hizo de noche de repente, porque ya no podía ni quitarme los gatos y estábamos empezando a calentar.

Gripé motor.

El resto de la jornada me limité a ver cómo se escalaba de verdad, balanceando la cadera y los pesos, haciendo bicicletas, escalando de primero, desequipando vías…

Todo eso desde abajo y sin poder cogérmela para mear. 

Ahí empezó todo. Con esa sensación de querer disfrutar una jornada entera de escalada. Como el tirillas y el viejo. Hijoputas como escalaban. 

Me dieron en todo el morrro.

Ahí se me abrió un universo de posibilidades y de mejora. Un reto personal continuo cada vez que salía a la roca. 

Una resolución de problemas increíble, el primero no fatigarme y respirar para mantener la calma y controlar mis miedos para que no se me pasase ni por la cabeza la opción de que me podía matar cada vez que subía. 

Fue un proceso largo y de mucho entrenamiento en rocódromos y algunas salidas a la roca pero que me marcó tanto que ya nunca jamás he dejado de ser escalador.

Y nunca dejaré de serlo. Salga mucho o poco. Mi intención, poder salir con mis hijas y mi mujer a escalar. 

Ya he logrado una parte. Hacerlo en el rocódromo. 

Otra cosa que he logrado es convencer a mis amigos de siempre de que lo prueben por primera vez. 

¿Cómo lo hice? 

Pues obligándoles. 

En mi 40 cumpleaños les invité a todos a escalar a un rocódromo. 

Lo pasamos de la hostia, pero el único al que he enganchado ha sido al que siempre engancho para mis frikadas. 

A mi hermano.

En fin… a mi manera y las veces que me apetece, pero escalador para siempre. 

En la vida, en el roco y en la roca.

Siempre hay que ir para arriba. Aunque a veces toque destrepar.

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